Talentoso, carismático, maravillosamente natural, culto y tremendamente simpático, Rellán nunca fuerza ninguno de sus dones. Es un ejemplo del fluir en todo: en la pasión, en la perseverancia, en la curiosidad y hasta en la lucha.
Creativo y reflexivo, distinguidor de las voces de los ecos, podría, muy bien, suscribir estas palabras, y otras más, con las que se definió Machado:
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Probablemente él no se atrevería nunca a apropiarse de esos versos, pero los que le conocen se los adjudicaríamos con los ojos cerrados. ¡Pocas personas concitan tan unánime consenso, personal y profesional!
Con él disfrutamos de un almuerzo entrañable y una tertulia reseñable llena de pequeñas perlas de sabiduría:
“El arte no cambia el mundo, pero sí cambia a las personas”.
“Hay que pasar por la vida, pero dejar que la vida pase por uno”.
“Vivir como si fuéramos inmortales; morir viviendo”.
¡Ave, Miguel! Los que van a vivir te saludan.
¡Ganados por siempre, para tu ejército de guerreros de la vida! Escucharte es mágico y catártico.
Gracias por tu confianza y por tu amistad, querido Miguel, que es un sublime tesoro.
Y con ovación cerrada despido tu semblanza, ¿la oyes?
Estela Alcaraz
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